Barrancas de Belgrano.

En un instante de la caminata silenciosa entre baldosas color ladrillo y ramas de sauce que se le venian encima durante la subida,  abajo de un sol amigable, sin sentir frío ni calor; lejos de la estúpida exigencia laboral, vió pasar a un señor de traje y anteojos parecido a Gene Hackman viajando en taxi, con la ventanilla abierta disfrutando de la brisa generada por el movimiento, mostrando una poco anatómica hilera de dientes amarillos detrás de una sonrisa franca, lo vió mover los labios pero no hubo forma de escuchar lo que decía, porque los alaridos de una niña pequeña mezclados con los ladridos de los diferentes rebaños de perros de departamento y los gritos de sus respectivos pastores hacían imposible escuchar cualquier cosa que esté a mas de quince centímetros del oído propiamente dicho.

Bajó la mirada y vió como las raíces de los árboles rompen la vereda hace años, y sintió el olor a pis de perro de décadas impregnado en la humedad de las baldosas.

Y también vió como la felicidad se remite a una acumulación de pequeños instantes de familiaridad emocional...

que aparecen y desaparecen, como deja vus, como palomas o pis o ratones o gente que pasa o taxis.

como todo.